No se puede tolerar a estas alturas que se machaque a la mujer promulgando leyes que la violentan, la limitan y la condicionan, porque yo también me siento concernido por ese puteo gratuito e inexplicable que sufren cuando alguien se interpone entre su cuerpo y ellas. Por eso no se puede tolerar que cantamañanas como el ministro Gallardón nos quieran hacer volver al pasado a través de un trasnochado túnel del tiempo y se propongan obligar de nuevo a las mujeres, a pesar de las casi cuatro décadas transcurridas, a pasar por los mismos calvarios a los que estaban obligadas hasta entonces.
No puede ser que tumbéis leyes, sacadas adelante con mucho trabajo y sudor, que benefician fundamentalmente a los más débiles, a los que disponen de menos recursos. No puede ser que los más pringaos acaben siendo siempre las mayores víctimas de vuestros fundamentalistas, decimonónicos y antediluvianos planteamientos. En nombre de la autoridad moral que me otorga haber sido protagonista de experiencias traumáticas, yo te conmino a que dejes de tocar las narices y nos dejes vivir en la libertad que nos hemos ganado y nos merecemos. Que las mujeres sean dueñas de su vida y de sus cuerpos sin que nadie ose inmiscuirse en ello. Que quien decida abortar lo pueda hacer libremente y sin riesgos.
Para eso solo hace falta que dejes tranquila la ley. Que no la toques. Punto. Deja ya de marear la perdiz con si el supuesto tal o la consideración cual. Que no, que la ley está bien, que la dejes en paz y te dediques a otro de los muchos asuntos que tenéis pendientes, y que va siendo hora que le hinquéis el diente de una puñetera vez.
Me repatea tener que recurrir a repetir lo obvio, Alberto, pero no me dejas otra opción: Vamos a ver, que la ley, tal como está, no obliga a nadie a abortar. Que se trata de un derecho. Y tú, querido ministro melómano con ínfulas de megalómano, no eres quién para quitárnoslo.