El PP ha convertido el asunto Rivera en un fracaso propio cuando realmente es un éxito para el País

sábado, 25 de mayo de 2013

Alberto, ¿por qué no dejas la ley del aborto como está y punto?

No se puede tolerar a estas alturas que se machaque a la mujer promulgando leyes que la violentan, la limitan y la condicionan, porque yo también me siento concernido por ese puteo gratuito e inexplicable que sufren cuando alguien se interpone entre su cuerpo y ellas. Por eso no se puede tolerar que cantamañanas como el ministro Gallardón nos quieran hacer volver al pasado a través de un trasnochado túnel del tiempo y se propongan obligar de nuevo a las mujeres, a pesar de las casi cuatro décadas transcurridas, a pasar por los mismos calvarios a los que estaban obligadas hasta entonces.


No puede ser que tumbéis leyes, sacadas adelante con mucho trabajo y sudor, que benefician fundamentalmente a los más débiles, a los que disponen de menos recursos. No puede ser que los más pringaos acaben siendo siempre las mayores víctimas de vuestros fundamentalistas, decimonónicos y antediluvianos planteamientos. En nombre de la autoridad moral que me otorga haber sido protagonista de experiencias traumáticas, yo te conmino a que dejes de tocar las narices y nos dejes vivir en la libertad que nos hemos ganado y nos merecemos. Que las mujeres sean dueñas de su vida y de sus cuerpos sin que nadie ose inmiscuirse en ello. Que quien decida abortar lo pueda hacer libremente y sin riesgos.

Para eso solo hace falta que dejes tranquila la ley. Que no la toques. Punto. Deja ya de marear la perdiz con si el supuesto tal o la consideración cual. Que no, que la ley está bien, que la dejes en paz y te dediques a otro de los muchos asuntos que tenéis pendientes, y que va siendo hora que le hinquéis el diente de una puñetera vez.

Me repatea tener que recurrir a repetir lo obvio, Alberto, pero no me dejas otra opción: Vamos a ver,  que la ley, tal como está, no obliga a nadie a abortar. Que se trata de un derecho. Y tú, querido ministro melómano con ínfulas de megalómano, no eres quién para quitárnoslo.