Puede criminalizar a menores migrantes contando mentiras y privándoles del amparo legal al que tienen derecho. Puede faltar a la verdad asegurando que las Trece Rosas torturaban, mataban y violaban vilmente. Puede negar la violencia machista, expulsar las manifestaciones del colectivo LGTBI lejos de las calles, falsear las cifras COVID en el mismo Congreso o querer ilegalizar a los partidos políticos contrarios a su extremismo, lanzándoles todo tipo de acusaciones infundadas... pero si una revista satírica ejerce su función e ironiza con sus militantes, el grosor de la piel de Vox adelgaza en tal medida que se da por agredido, agraviado en tal extremo que todo parece poco para los autores de tamaña afrenta.
La publicación de La Pandilla Voxura por parte de El Jueves ha caído mal en Vox, especialmente la parodia de Ortega Lara. Por definición, una revista satírica como ésta vive de la irreverencia y la provocación, sin tener ni temas vetados, ni personajes intocables. Ortega Lara no es una excepción, le pese a quien le pese, le haga gracia a quien le haga.
Vox debería asumir que hace ya mucho tiempo que una manera de combatir sus improperios, sus continuos atentados contra la democracia y los derechos humanos, sus bulos y sus ataques a las libertades civiles más esenciales es el humor o, dicho de otro modo, reírnos de ellos. Ello no es óbice para que, por otro lado, se aborden sus constantes cargas de profundidad contra el Estado de Derecho desde otros espacios.