La Iglesia católica, y en su nombre curas, abades, abadesas y demás pastores del Señor, siempre ha sido muy dada a coleccionar huesos, calaveras sobadas, tibias, peronés o reliquias variadas, que ellos se los adjudicaban a santos muertos mucho antes y así conseguir que los siervos acudiesen en alegre biribilqueta a visitarlos a "sus" iglesias y, de paso, dejar "una pastita" en el lugar. Era un negocio simple, sencillo y ciertamente estúpido. Probablemente, con los trozos de madera que hay en diferentes iglesias y que todas reclaman ser parte de la cruz de Cristo se podría hacer un barco pequeño.
Y ahora, el propio Franco, que guardaba el brazo incorrupto de Santa Teresa en su reclinatorio privado, gracias al deseo de sus familiares, va a tener la oportunidad de que sus propias reliquias —suponemos que corruptas, no incorruptas— se realojen en la catedral de La Almudena.
La Iglesia Católica, que recordemos le paseaba bajo palio, dice que legalmente no puede hacer nada por impedirlo, cuando en realidad se muestra encantada con su nuevo inquilino, fundamentalmente el sector más purpurado de la organización. Hay que reconocer que son consecuentes.
Por otra parte, dicen que hay católicos que se han manifestado disgustados por ese posible destino del dictador, pero qué quieres que les diga, si todavía no saben en dónde están metidos ya va siendo hora que abran los ojos.