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Obviamente me gustaría que no existieran neonazis, fascistas, racistas, machistas, ni homófobos. El mundo, sin embargo, es como es y ese deseo no parece que esté cerca de poder cumplirse. Sabemos, pues, que vamos a tener que convivir y también que combatir, con cultura y mucha pedagogía, el crecimiento de la extrema derecha. Y en ese escenario inevitable yo prefiero que exista Vox o cualquier otro partido que aglutine el pensamiento ultra. La formación de Santiago Abascal no engaña a nadie ni lo pretende, aunque también se ha maquillado para los nuevos tiempos retirando de sus banderas su queridísimo pollo, como diría Rufián, sustituyéndolo por el escudo constitucional.
Sabemos quiénes son. Sabemos que son racistas, machistas, homófobos, totalitarios y neofascistas. Quienes les voten no tendrán excusa. Quienes pacten con ellos en los ayuntamientos o donde sea se convertirán en sus cómplices y podremos señalarlos con el dedo. Lo mismo que ya ocurre en naciones como Alemania con AfD o en Francia con el Frente Nacional.
Lo que ocurría es que la extrema derecha no solo ha formado parte de la política de este país, sino que también, de una u otra manera, ha gobernado nuestras vidas. Los ultras y franquistas estaban en el Partido Popular y el Partido Popular quería mantenerlos ahí, integrándolos en puestos de responsabilidad y realizándoles todo tipo de guiños y concesiones. ¿Cómo podemos decir que en España no había ultraderecha antes de Vox si el puñetero dictador sigue enterrado con honores en el Valle de los Caídos?
No. El PP no servía para apaciguar a la extrema derecha como decían algunos. El PP ha llevado de la mano a la extrema derecha a los ayuntamientos, comunidades autónomas y al mismísimo Gobierno central. Aquí hemos tenido ministros que se iban de retiro espiritual al Valle de los Caídos, portavoces parlamentarios que se mofaban de las víctimas del franquismo, diputados que llamaban “Caudillo que ganó la guerra” a Franco.
La puesta de largo de Vox debería servir para que caigan definitivamente las caretas. Prefiero un país en el que exista una extrema derecha y una derecha 100% democrática y sin vínculos con el fascismo como ocurre en Francia o en Alemania.