en la que elegiremos el nuevo Parlamento Vasco.

jueves, 11 de octubre de 2018

Santiago y cierra España

Lo malo de combatir el fuego con gasolina es que el incendio se extiende pavorosamente y termina abrasando a todo el mundo. Hace un año, demasiada gente que se dice demócrata –alguna incluso que se dice de izquierdas– demostró una alucinante complacencia con la reacción nacionalista que despertó en buena parte del resto de España el intento de celebrar un referéndum independentista en Cataluña.


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No olvido su desaprobación cuando unos pocos lamentábamos el “¡A por ellos!” y los llamamientos a la exhibición militante de unos símbolos –la bandera rojigualda y la Marcha Real– que, lamento tener que señalarlo, eran los de la España totalitaria y nacional-católica de Franco y, anteriormente, los de la España borbónica. Recuerdo su disgusto cuando condenábamos la violencia policial contra catalanes que sólo querían votar en una consulta de la que ellos mismos decían –y en esto llevaban razón- que no tenía la menor validez legal. Guardo memoria de sus acusaciones de exageración cuando nos alarmábamos por la salida a la calle de una ultraderecha envalentonada.



No, te decía esa gente, España está curada para siempre del autoritarismo y el fascismo. Nuestra democracia está tan arraigada o casi como la británica. Albert Rivera y su gente solo son unos jóvenes y simpáticos liberales. Los tipos mal encarados que aporrean a rojos y separatistas no llegan a cuatro gatos. El único nacionalismo peligroso en nuestro horizonte es el de Puigdemont, Junqueras y compañía.



De aquellos polvos vienen estos lodos. Ahora esa misma gente tan complaciente hace un año con la reacción españolista se declara sorprendida por el éxito del mitin que Vox celebró el domingo en Vistalegre. Constata con pasmo que el océano de banderas borbónicas y gritos patrioteros de ese mitin es gemelo al del acto que ese mismo día celebraba Rivera en Barcelona. Y cae en la cuenta de que la derecha nacionalista española ya dispone de tres formaciones, tres, que, con tal o cual matiz, coinciden en dar vivas al rey y pedir mano dura en Cataluña, en demandar la poda o la eliminación de las autonomías, en desear la prohibición de los independentistas, en oponerse a la desacralización de Franco, en satanizar a los inmigrantes… Tres formaciones aznaristas cuyos votos podrían sumar muchos millones.

Soy internacionalista, nadie tiene que convencerme de que la independencia de Cataluña no sería un paso adelante en la historia de la humanidad. Jamás he compartido los objetivos del procés y creo, además, que sus impulsores cometieron un desatino al lanzarse a tan discutible aventura sin contar con el apoyo de una amplia mayoría de la sociedad catalana, y sin tener en cuenta la correlación de fuerzas. Fue su fiebre nacionalista la que despertó al monstruo nacionalista español. Pero los pecados de unos no absuelven los de otros.