Europa quiere una América a su imagen y semejanza. Quiere una América que acepte sumisa el liderazgo de Europa; una América que nos defienda y se ocupe de nosotros, pero sin que se note. Queremos seguir mandando, sin hacer los sacrificios que serían necesarios. Y esto, a los americanos, cada vez les gusta menos. Garantizar nuestro bienestar sin nada a cambio no forma parte de lo que América - gane quien gane- está dispuesta a aceptar.
Ingenuamente, Europa cree que con Obama llega nuestra hora.
Realmente muy pero muy ingenuo: si Obama gana, el cambio será para consolidar el papel de Estados Unidos en el mundo. Europa cuenta poco. No podemos tener bienestar, paz y orden sin preocuparnos de cómo mantener estos valores. Y aún resulta más engañoso creer que van a ser los americanos quienes los defiendan a costa de los suyos.
Nos apasiona comprobar el renacer de una nueva ilusión, sin percatarnos de que, al final, una vez más, el cambio viene de allí. ¡Nuestro infantil antiamericanismo se agarra a la esperanza que viene de América! Porque lo que sí que queda claro es que de Europa, puertas adentro, no surge nada ni nadie que transmita un mensaje de confianza y de ilusión en el futuro. Al final, resulta que vivimos en una gran contradicción: antiamericanismo y obamamanía. Todo a la vez. Pues bien, no será coherente pero es mejor confiar en Obama que seguir instalados en el escepticismo desilusionado de Europa.
Ahora sólo falta que los americanos decidan. Como siempre, ¡de ellos depende!
Leído a Miquel Roca i Junyent