La primera: que fuera el propio Arkaitz Goikoetxea el que telefoneó a la DYA para avisar de la colocación de la bomba que pusieron en Calahorra. Goikoetxea tiene un acento nasal tan fuerte y tan peculiar que su llamada venía a decir: “Por cierto, que la bomba la he puesto yo”.
La segunda: los activistas que escapaban del escenario de un reciente atentado fueron incapaces de conseguir que funcionara el detonador que habían puesto para quemar el coche que utilizaron para huir. El fallo del detonador permitió a la Policía obtener huellas dactilares y muestras de ADN de quienes habían viajado en el coche. En cosa de horas, todos los legales del comando habían sido localizados. Los sometieron a vigilancia constante, y los han trincado con todas las de la ley.
Yo podría reflexionar sobre lo que esos datos indican: que ETA está muy mal; que tiene cantera de sobra, pero poca gente que conozca un oficio que es cruel, pero tiene su técnica, como todo; que está perdiendo la guerra también en materia de eficiencia tecnológica; que sabe que su estructura tiene agujeros preocupantes, porque la Policía cuenta con agentes preparados para infiltrarse, y con dinero para corromper a más de uno y más de diez; que ha descuidado hasta extremos bochornos el lado teórico de su causa y se encuentra en manos de chavales que al Marx que mejor conocen es a Harpo, en versión Kukuxumusu...
Podría hablar de todo eso y de mucho más, pero ¿en beneficio de quién? Cuando las palabras salen de la propia boca y las frases de la propia pluma, dejan ya de pertenecer al autor. Todo el mundo puede utilizarlas en beneficio de lo que quiera.
Detesto a ETA. Ya lo he dicho: desde muchísimo antes de que los progres españoles empezaran a pensar que cabía mirar con malos ojos su hazañas. Pero nunca estaré del lado del Estado –no sólo del español– ni admitiré ningún orden instituido a golpe del artículo 8 de la Constitución que sea.
Por eso hablo de estas cosas tan sólo en la intimidad de mi blog.
(Recogido del Blog personal de Javier Ortiz)