Ahora estamos preocupados con el nuevo conglomerado de derechas y ultraderechas que se ha formado y que al parecer (dejando a un lado los teatrales pucheros de Ciudadanos) tiene vocación de perdurar. Lo que nuevamente apela y pone en cuestión a la izquierda.
F.L.Chivite en El Correo del 12/01/19 |
La derecha y la izquierda siempre están ahí. Las palabras siguen valiendo. Por lo general, la derecha es más visible. Es más compacta. No tiene problemas de identidad. Nunca cambia, ¿por qué habría de hacerlo? La derecha es la derecha. Es poseedora de valores y certezas inmutables (la unidad nacional, Dios, los toros): nunca duda. Y menos ahora que han visto la luz. La duda y la insatisfacción son cosas de la izquierda. La derecha no necesita dar explicaciones.
La izquierda está siempre atrapada en sus matices. En sus contradicciones. Tratando de reinventarse. La derecha se comporta (e incluso viste) como lo ha hecho siempre. Y probablemente ahí radique la fórmula de su éxito. Es diestra en su oficio. Sin embargo, fíjate: gauche, que significa izquierda en francés, significa también torpe. En fin, si algo saben bien los políticos de derechas es que lo mejor es mantener la boca cerrada e ir a lo suyo. Su discurso se da por supuesto y cualquier cosa que improvisen puede resultar inconveniente. La gente de derechas jamás votará a la izquierda. La gente de izquierdas se desespera, se divide, se echan los trastos a la cabeza o se van a la abstención. Y algunos, un porcentaje interesante, acaban haciéndose de derechas, claro.
Por eso la derecha tiene la convicción de que el poder les corresponde por naturaleza. Constantemente están cambiando muchas cosas muy deprisa: fuera y dentro de nuestras cabezas. Pero no la derecha. La derecha no cambia. Lo preocupante es el autoritarismo que llevan en el ADN y que a veces se eriza y se pone bravo. Porque cuando eso pasa (y puede estar empezando a pasar) la preocupación es ya algo más que simple preocupación.