El fútbol responde mal a la duda, la atonía y la división, tres elementos debilitantes para cualquier club que pretenda resolver sus problemas. En esta situación se encuentra el Athletic después de un año y medio caracterizado por la dramática situación del equipo. Terminó 15º en la Liga anterior, la misma posición que ocupa esta temporada, pero con la angustia multiplicada por el agudo declive de sus mejores jugadores.
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La grave situación del Athletic ha prevalecido en las recientes elecciones, caracterizadas por la falta de ideas de los candidatos y la atonía general. En esta ocasión, sólo ha votado el 46%, una señal del desánimo o el desinterés de los socios en un club que pretende distinguirse por los férreos vínculos con su gente. Algo de ese distanciamiento se observa en San Mamés.
Si la escasa participación en las urnas ha sido tan decepcionante como el desempeño del equipo en el campo, el resultado de las elecciones invita a la preocupación.
Por amables que sean las declaraciones de colaboración entre las dos partes, nunca el Athletic ha estado tan dividido, el factor que menos necesita el equipo, en considerable peligro de descenso, expuesto además al desgastante murmullo sobre la conveniencia de modificar el viejo modelo y fichar "extranjeros". Esta cuestión, que sólo aparece en los malos momentos, se promueve en voz baja, con más oportunismo que otra cosa.
Las condiciones actuales del Athletic —pésima clasificación, inquietante futuro, atonía social, dificilísimo encaje del modelo en la era Bosman— merecían mucho más que la palabrería que ha dominado el periodo electoral. Si hay un club que merece y necesita repensarse hasta la saciedad es el Athletic.