Tanto en el Congreso de los Diputados como en las entidades en las que durante estos días se elegirán a sus respectivos presidentes ha surgido "la moda" de poner o bien lineas rojas que uno se auto obliga a no cruzar, o bien la costumbre de calificar a determinados partidos o candidatos como sujetos con los que debería de estar prohibido pactar o acordar porque son lo más similar a la peste.
Tenemos diferentes ejemplos en las diferentes partes del arco parlamentario. Los calificados, por algunos siempre y por otros a ratos, de "elementos de extrema derecha", fascistas nazis o elementos impropios de un sistema democrático, los denominados por algunos como "golpistas", algo que por cierto todavía está en juicio, los adjetivados como proetarras, "bilduetarras" o pro violentos, y que para algunos nunca terminarían de ser de fiar, y por último, los populistas, podemitas, comunistas o radicales a sueldo de Venezuela o infiernos aun más malvados.
Todos estos sectores de la población, que juntos suman muchos millones de votantes, para algunos supone que la apertura del arco parlamentario sobre la que se puede pactar es inversamente proporcional a su presencia. Y esto es imposible de sostener con un poco de seriedad.
Todo esto supone una locura difícilmente mantenible en el tiempo. Creo que hay que buscar un acuerdo entre todos. O limitamos la posibilidad de presentarse a las elecciones a candidatos y candidaturas que no reúnan ciertos requisitos básicos asumibles y pactados por la gran mayoría o reconocemos que una vez elegidos parlamentarios, diputados o concejales, cualquiera se encuentra con los mismos derechos que los demás para buscar acuerdos con otros para pactar y serán pactos tan democráticos como los tuyos.