Parece indudable que EEUU atraviesa por un momento crítico que marcará su rumbo, y el nuestro, en las próximas décadas, para bien o para mal.Mucho va a depender por supuesto del resultado de las elecciones de noviembre.
El demócrata Joe Biden dispone de una cómoda ventaja en las encuestas —rozando los 15 puntos en algún caso—, lo que debería darle la victoria casi con seguridad. Si fuera así, cabe esperarse de Biden un retorno a la normalidad política y a la reparación sin estridencias de los daños causados por Trump.
Es previsible que eso resultará insuficiente para quienes ahora empujan en la calle por transformaciones más profundas. Pero el simple hecho de que la Casa Blanca estuviera ocupada por un agente de la moderación y la estabilidad y no, como ahora, por un promotor del enfrentamiento y el odio, podría ser suficiente como para reconducir los problemas futuros hacia un terreno que los hiciera manejables.Pero Trump no ha tirado aún la toalla ni mucho menos. Sus posibilidades de victoria son reducidas pero no nulas.
Trump cuenta con un voto oculto que puede acudir silenciosamente a las urnas. Cuenta con que el miedo por su futuro entre la población de raza blanca —literalmente vilipendiada por la corrección política y la intelectualidad progresista— pese el día de la votación.
Cuenta con que la incertidumbre que generan las protestas callejeras en una sociedad profundamente conservadora se haga sentir a la hora de la verdad. Cuenta también con que la debilidad de la candidatura de Biden, que no fue más que la solución in extremis para evitar la opción mucho más desastrosa de Bernie Sanders, arrastre al final pocos votantes.
Aun así, esperemos que en Enero del 21 haya cambio de vecino en la Casa Blanca.
El demócrata Joe Biden dispone de una cómoda ventaja en las encuestas —rozando los 15 puntos en algún caso—, lo que debería darle la victoria casi con seguridad. Si fuera así, cabe esperarse de Biden un retorno a la normalidad política y a la reparación sin estridencias de los daños causados por Trump.
Es previsible que eso resultará insuficiente para quienes ahora empujan en la calle por transformaciones más profundas. Pero el simple hecho de que la Casa Blanca estuviera ocupada por un agente de la moderación y la estabilidad y no, como ahora, por un promotor del enfrentamiento y el odio, podría ser suficiente como para reconducir los problemas futuros hacia un terreno que los hiciera manejables.Pero Trump no ha tirado aún la toalla ni mucho menos. Sus posibilidades de victoria son reducidas pero no nulas.
Trump cuenta con un voto oculto que puede acudir silenciosamente a las urnas. Cuenta con que el miedo por su futuro entre la población de raza blanca —literalmente vilipendiada por la corrección política y la intelectualidad progresista— pese el día de la votación.
Cuenta con que la incertidumbre que generan las protestas callejeras en una sociedad profundamente conservadora se haga sentir a la hora de la verdad. Cuenta también con que la debilidad de la candidatura de Biden, que no fue más que la solución in extremis para evitar la opción mucho más desastrosa de Bernie Sanders, arrastre al final pocos votantes.
Aun así, esperemos que en Enero del 21 haya cambio de vecino en la Casa Blanca.