Cada vez está más claro: la mascarilla nos puede salvar de muchas penalidades, pero es que, además, es el símbolo más evidente de solidaridad, porque muestra el deseo y el interés del portador de no contagiar a los demás.
Es el símbolo de querer evitar transmitir el virus a un familiar, un amigo o un vecino, de querer evitar contagiarnos nosotros mismos, de un rebrote, de otro nuevo confinamiento, de un nuevo parón, del cierre de empresas, de la pérdida de empleo.
Es el símbolo de querer evitar transmitir el virus a un familiar, un amigo o un vecino, de querer evitar contagiarnos nosotros mismos, de un rebrote, de otro nuevo confinamiento, de un nuevo parón, del cierre de empresas, de la pérdida de empleo.
Es todo lo que hemos arriesgado en la lucha titánica de varios meses contra la pandemia como para echarlo ahora por tierra.
Si ni por todos estos motivos queremos asumir su uso, al menos hagámoslo por no vernos boca abajo con un tubo hasta la tráquea, y seguro que esa imagen hace más llevadera la 'incomodidad' de llevar mascarilla.