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viernes, 17 de julio de 2020

Santa Sofía, y la Mezquita de Córdoba, símbolos de luchas religiosas, merecen una administración laica.

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Bizancio, Constantinopla, Estambul. Haber portado tres nombres a lo largo de la historia ilustra hasta qué punto la metrópoli turca del estrecho del Bósforo ha sido, y sigue siendo, objeto de deseo de poderosos y símbolo de empresas geopolíticas. 

También explica la magnificencia de sus edificios, sean templos o palacios, y en clave de armonía, interpela a religiones y culturas.

La bella Santa Sofía, basílica cristiana ortodoxa, erigida mayormente en el siglo VI, convertida en mezquita en 1453 y transformada en museo en 1934, condensa todos esos elementos simbólicos.

Convertirla de nuevo en centro de oración de unos, de los últimos ganadores del territorio que ubica, no es la mejor opción para defender la concordia, pero también es cierto, que casos que han llevado la dirección contraria, es decir, magníficos templos islámicos reconvertidos en catedrales católicas también se han dado. Y no tan lejos de nosotros. La Mezquita de Cordoba es un buen ejemplo de lo que digo.

Quizás fuese una buena opción, y una manera de reforzar la opinión de los católicos que se manifiestan contra la opción de Erdogán, que ahora, de manera conjunta, ambas religiones, las administraciones europeas y turcas, de manera conjunta apostasen para que ambas construcciones sean museos de arte, centros de reflexión conjunta de culturas, cuidadas y administradas de manera laica.