Las estrategias de la extrema derecha siempre son, al final, violentas. La violencia no es un aditivo, sino una esencia, porque el fascismo se alimenta, se justifica, a través del ejercicio de la fuerza. Puede haber momentos –como pasa en Francia con la 'normalización' de Marine Le Pen– en los que la táctica consista en seducir con argumentos populistas que atrapen las conciencias de colectivos quejosos con el poder o desengañados.
Es una forma más sutil, una estratagema circunstancial, que abandona los símbolos más burdos, los más explícitos, para abanderar reivindicaciones que tienen que ver con la inmigración, la situación de los agricultores o el negacionismo de la pandemia. Tanto da. Todo acaba siempre con la violencia. Y todo acaba siempre con los nombres auténticos, no con los disfraces más o menos aceptables.