Esta semana la sesión parlamentaria madrileña acumuló un buen número de insultos y descalificaciones por parte de la oposición.
Resulta evidente que tanto Vox como PP tienen el derecho y el deber de ejercer su labor de crítica y vigilancia del Gobierno pero el interrogante que surge es el de intentar determinar si es conveniente que exista un umbral en el tono de esa actividad.
Resulta evidente que tanto Vox como PP tienen el derecho y el deber de ejercer su labor de crítica y vigilancia del Gobierno pero el interrogante que surge es el de intentar determinar si es conveniente que exista un umbral en el tono de esa actividad.
Son dos cuestiones diferentes.
Una, es la decisión política de plantear una oposición más o menos dura. La otra es la de establecer si es compatible la convivencia democrática recurriendo al insulto como argumento principal.
Los fans y discípulos de Trump siguen intentando imitarle. Uno de los aspectos de su personalidad más identificativos durante su maldito mandato fur el reiterado uso del insulto como principal argumento en su forma de expresarse.
Diferentes líderes conservadores mundiales tomaron su modelo como guía básica de comportamiento en la que el insulto a los rivales se convirtió en una constante: Bolsonaro en Brasil, Salvini en Italia, Farage en el Reino Unido, ...
A lo largo de los últimos años, las fuerzas más extremistas de nuestro arco parlamentario se han habituado al uso cotidiano del insulto como centro de su discurso.
Y estos días, en el caso de la campaña madrileña, el principal escollo que parece tener la expectativa de voto a Vox tiene que ver con la invasión de los populares en el espacio político que parecía tener conquistado desde su radicalismo extremo como principal posición ideológica practicando el insulto y el desprecio a troche y moche.
Una significativa parte de la ciudadanía parece verse arrastrada por esta degradante e imparable ola. La difamación muestra siempre la falta de argumentos para defender una posición. La contaminación del debate impide que sobreviva la necesaria discusión que sirve de base al modelo democrático. Resulta evidente que quienes más se apoyan en emponzoñar su discurso suelen ser quienes menos interés tienen en que se hable y se analice cualquier asunto.