Rosa Díez ha declarado que el nuevo partido que ha fundado aspira a obtener el voto de “los españoles sin complejos”.
Si uno se toma esa proclama en su literalidad, se siente inevitablemente perplejo. ¿Qué es un español sin complejos? ¿Sin complejos de qué?
Sucede con Rosa Díez lo mismo que con bastantes otros políticos: hay que imaginar lo que quiere decir y no dice.
La expresión “sin complejos” tiene ya una cierta tradición dentro de la política española. Es desafiante. Empezaron a emplearla allá por los 80 algunos servidores públicos del PSOE que no se cortaban ni un pelo a la hora de defender medidas o actuaciones tirando a impresentables. ¿Que se denunciaban las reconversiones industriales salvajes? Pues salía Carlos Solchaga y decía que no cabe hacer tortillas sin romper huevos. Sin complejos. ¿Que salían a relucir las hazañas de los GAL? Felipe González sentenciaba que al Estado también se le defiende en las alcantarillas. Sin complejos.
Luego fue el turno del PP, muchos de cuyos dirigentes también se apuntaron a lo mismo. Empezando por quien fue (¿es?) su dirigente máximo, José María Aznar: “Teníamos un problema y lo hemos resuelto”, dijo para justificar una expulsión de inmigrantes irregular por los cuatro costados. Sin complejos.
Si al hablar de “españoles sin complejos” se tratara de designar a los españoles que no padecen ningún complejo especial por ser españoles, estaríamos refiriéndonos a aquellos que se toman su ciudadanía legal como una realidad de hecho, sin más. Sin darle mayor importancia. Como quien constata que mide 1,67 o 1,75, o que calza un 38 o un 43. Vale: uno ha nacido en tal lado y ya está. ¿Qué inclinaciones electorales podrían deducirse de tal hecho?
Rosa Díez no habla de eso. Ella apela –véase el conjunto de su perorata– a una españolidad desafiante, porque la siente agredida y la enarbola con espíritu vindicativo.
De “sin complejos”, nada. No todos los complejos son de inferioridad.
Recogido de El dedo en la llaga de javier ortiz