Hay organizaciones no gubernamentales que se están volviendo cada vez más gubernamentales, o más estatales. No me refiero a todas (hay tantas que resulta imposible englobarlas en casi nada, y algunas me merecen el mayor respeto), pero sí a bastantes de ellas.
Para empezar, sus estructuras administrativas –sus burocracias particulares– se mantienen en buena medida gracias a lo que reciben de las arcas públicas. En segundo lugar, se ponen de acuerdo con los gobiernos de turno para fijar sus propias prioridades de acción, convirtiéndose en una especie de aparato subsidiario de los estados.
En algunos casos, su dependencia económica y política de las administraciones públicas es tal que parece un sarcasmo que se presenten como “no gubernamentales”. Aunque rara vez se entregan a un gobierno en exclusiva. Me sé de alguna que tiene el cazo puesto en las oficinas de todos los gobiernos: del central, de los autonómicos, de los municipales… Allí donde hay una institución, pública o privada, que concede subvenciones para lo que sea, allí están ellos haciendo cola.
Es comprensible el entusiasmo de los gobiernos occidentales por este género de organizaciones, que se dedican a suplir algunas de las más llamativas carencias asistenciales de los poderes públicos, buscándoles personal voluntario y pidiéndoles a cambio sólo lo necesario para la manutención de sus directivos y el funcionamiento básico de su maquinaria. Pero resulta lastimoso que haya tanta gente que acepte someterse a lo que de hecho funciona como una doble contribución. Porque paga al Estado, vía impuestos, para que éste cubra las funciones sociales que le son propias, y luego vuelve a pagar, con sus aportaciones económicas o en trabajo voluntario, para que el Estado pueda desentenderse de una parte de sus obligaciones.
Conozco a unos cuantos dirigentes de supuestas ONG que llevan ya varios decenios viviendo de su muy cacareado desinterés solidario. Alguno de ellos presenta una particularidad llamativa: según han ido modificándose las modas gubernamentales y mediáticas, ellos ha ido reconvirtiendo su ONG, cambiándole de nombre y de objetivos.
Pero manteniéndose ellos siempre como jefes, claro.
Artículo de Javier Ortiz publicado antes de ayer en Público