El lunes, Marc Vidal, en elplural.com, comentába como, al parecer, el sector más reaccionario y radical de la Iglesia no se detendrá hasta las elecciones de marzo. La concentración del pasado 30 de diciembre fue el punto de partida para una nueva guerra santa, una especie de cacería al infiel muy poco nutritiva para los días que vivimos. Aquellos que defienden objetivos espirituales han decidido abandonarlos para intentar convencer al sector más confesional de la sociedad española para que el próximo 9 de marzo, vote por el Partido Popular.
El arzobispo cardenal Agustín García-Gasco acusó el gobierno actual de conducirnos “a la disolución de la democracia”. El poso electoralista de la frase restará eternamente. Para los hooligans del episcopado español, Zapatero es algo así como el doctor muerte, una puerta abierta a la eutanasia activa, el aborto libre y despiadado y un obsesivo trabajo por convertir la sociedad en laica. Lo último ya lo potencian suficientemente bien ellos mismos, lo primero no ha estado nunca en el programa socialista y, en cuanto al aborto, no hay previsto ningún cambio en su legislación.
La verdad pesa demasiado. La vanguardia europea responde a un fenómeno imparable que está secularizando a su sociedad y eso depende poco de las políticas gubernamentales. Además el Estado español es, después de Italia, la que mantiene a la Iglesia católica unos privilegios que en otros países serían inimaginables.
La deriva populista y torticera de los obispos mitineros responde a una voluntad electoral e ideológica. La nueva inquisición arremete contra los principios básicos del hombre y contra las libertades alcanzadas después de siglos de torturas. Y lo hace atacando al gobierno con el que le ha ido francamente bien. Cerraron acuerdos de financiación muy beneficiosos para la institución religiosa, reculó en materia de educación por la ciudadanía para que dejase de ser considerada como la asignatura de Satán o un instrumento de anticristianización.
El aparato eclesiástico está cometiendo un error táctico emprendiendo esta cruzada ideológica. Su territorio está a siete metros flotando sobre la tierra salvando almas y no en el juego electoral, puesto que las elecciones no las puede ganar el partido que Dios quiera, sino el que los votantes, en democracia decidan.
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