en la que elegiremos el nuevo Parlamento Vasco.

lunes, 13 de abril de 2020

Desconfíen de este ardor guerrero que se nos transmite porque es cualquier cosa menos la antesala de algo bonito.

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JUAN CARLOS ESCUDIER
A quienes la música militar nunca nos supo levantar, el lenguaje bélico que impregna todo lo que rodea a la pandemia que sufrimos nos empieza a resultar insoportable. La única semejanza posible con un escenario bélico reside en el dolor que siempre acompañará a los que han perdido a sus familiares y amigos. Las muertes que nos tocan de cerca son siempre un sinsentido, con independencia de lo que las provoquen.

Esto no es una guerra ni la casas en las que estamos confinados, algunos con más comodidades que otros, son refugios antiaéreos donde imploramos que los obuses yerren el tiro y no nos caigan encima. Las guerras no se pasan haciendo limpieza de los cajones, bricolaje o viendo series de Netflix para dejar que el tiempo trascurra. No, esto no es una guerra sino una adversidad, una fatalidad semejante a un terremoto, para algunos una tragedia, es cierto, pero nada parecido al horror de los campos de batalla.


La insensata épica bélica en la que se nos ha situado, está sustentada a diario en los ‘partes’ que nos ofrecen en sus comparecencias públicas los uniformados que acompañan a los técnicos designados por el Ejecutivo. No se vea ofensa alguna en la afirmación de que nada aporta el relato de episodios triviales, tal que la detención de un tarado que decía haberse trasladado a Torrevieja para infectar a sus habitantes, ni la mención expresa y singular de los fallecidos de alguno de los cuerpos de seguridad, porque si así se entiende que se hace justicia a estos "caídos" parece injusto no citar con nombres y apellidos a otros –repartidores, empleados de supermercado, transportistas , fontaneros y trabajadores en general- que también han muerto por ejecutar sus tareas.

El lenguaje no se limita a describir la realidad sino que la crea. Y la que se está construyendo a nuestro alrededor es disparatada y sirve para intentar justificar el caos existente. Se nos habla de guerra, de postguerra, de levantar la moral de la tropa y hasta de desescalada, en alusión a la necesidad de rebajar la tensión del debate político y propiciar la unidad nacional. Hay combatientes y retaguardia, a la que se pide que no salga a la calle ya que su bravura consiste en comer palomitas entre sus cuatro paredes.

¿En qué nos afecta este marco conceptual? Pues en muchas cosas, empezando porque en las guerras y en los yermos paisajes que se nos muestran tras la batalla está todo permitido y ningún sacrificio que se nos pida debe cuestionarse sino aceptarse sin rechistar. Representa la coartada perfecta para recortes posteriores de las libertades.

Sabemos que esto no es una guerra porque si lo fuera no morirían también los ricos, que son quienes las entablan mientras el resto perece. Sabemos que no se le parece en nada porque ni siquiera los que mueren lo hacen por sus ideales o por los ideales de otros.

Desconfíen de este ardor guerrero que se nos transmite porque es cualquier cosa menos la antesala de algo bonito.