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lunes, 16 de noviembre de 2020

Del teatro al restaurante y viceversa

En Bilbao, en el Arriaga, el teatro es para un espectador como una farmacia a la que acude en busca de analgésico cuando las cosas van mal dadas. En el teatro encuentra siempre consuelo y medicina. Y, en estos días, resulta, no solo necesario, sino casi imprescindible. 

Desde este sector lamentan la inactividad forzosa, con el consiguiente añadido de pérdida de ingresos, sueldos, puestos de trabajo, etc., y se olvidan de que también los espectadores somos los damnificados. Ellos se quedan sin gesto, sin máscara, sin voz. Nosotros, sin espejo. Sin la posibilidad del reconocimiento en el otro, que es fundamental para el conocimiento de uno mismo.

Y qué decir del cierre obligado de bares y restaurantes. Cuántos proyectos de vida en común, cuántas grandes ideas, cuantos contratos decisivos, cuantos libros de éxito no habrán nacido en la mesa de un café. Cuántas ideas de peso no se debaten en cada tertulia. Cuánta locura controlada no habrá salido de una larga y regada sobremesa. 

 Y de nada sirve, frente a esto, el moderno 'take away': nadie puede llevarse a casa dos raciones de charla en compañía  o cuarto y mitad de risas compartidas.

 Hoy en día, en un restaurante, los únicos que comen son los gastos fijos ineludibles. Y el único combinado a servir es el de la preocupación, la tristeza y el miedo.

Nos queda, a todos, la esperanza, claro. Y nos salva, el optimismo (cada vez más chico, cada vez más débil, cada vez más frágil).