en la que elegiremos el nuevo Parlamento Vasco.

viernes, 6 de noviembre de 2020

Estados Unidos es la república bananera más grande del planeta. Parece mentira el trabajo que les lleva contar cuatro papeletas.

El mundo sigue asistiendo perplejo a la pataleta de Donald Donald Trump ante la
posible designación de su contrincante, Joe Biden, como nuevo presidente de EEUU .
  
Una pataleta que incluye una ofensiva judicial y arengas a sus seguidores, mientras pone a su país en una vergonzosa situación ante el mundo.

Ayer mismo, Trump tocaba fondo con un bochornoso tuit en el que pedía parar el recuento de votos ("STOP THE COUNT!").

Miles de reacciones por todo el mundo criticaban a Trump y respondían a ese tuit con memes. Trump prometió hacer América grande otra vez sin caer en la cuenta de que el tamaño no indica necesariamente fortaleza, ni magnificencia, ni dignidad, sino que se puede ser muy grande y muy torpe a la vez, muy gordo y muy flojo, más o menos como Donald Trump o como el sistema sanitario de Estados Unidos. Por sí solos, ambos elementos dan bastante pena pero juntos han formado una combinación letal de estupidez e incompetencia, con el presidente clamando a luchar contra el virus chino, desautorizando a los médicos en público o recomendando a sus ciudadanos que tomaran desinfectante o se inyectaran lejía en vena.

Trump prometió hacer América grande otra vez sin caer en la cuenta de que el tamaño no indica necesariamente fortaleza, ni magnificencia, ni dignidad, sino que se puede ser muy grande y muy torpe a la vez, muy gordo y muy flojo, más o menos como Donald Trump o como el sistema sanitario de Estados Unidos. Por sí solos, ambos elementos dan bastante pena pero juntos han formado una combinación letal de estupidez e incompetencia, con el presidente clamando a luchar contra el virus chino, desautorizando a los médicos en público o recomendando a sus ciudadanos que tomaran desinfectante o se inyectaran lejía en vena.

Tras una gestión de la pandemia que oscila entre el disparate y la catástrofe, parecía que Trump estaba abocado a perder las elecciones por una mayoría aplastante, aunque nunca hay que subestimar el peculiar gusto del pueblo estadounidense por llevar la contraria a las encuestas.

Al igual que cuatro años atrás, cuando se presentaba contra Clinton, prácticamente nadie daba un duro por el mamarracho que actualmente ocupa la Casa Blanca, pero el mamarracho (arropado por un formidable equipo de troleros, savonarolas y fabricantes de paparruchas) debe saber muchas cosas que desconocen los politólogos, los intelectuales, los universitarios, los expertos en campaña y los periodistas veteranos de la CNN y del New York Times.

De otro modo, no se explica que a estas alturas la pelea por la presidencia entre Trump y Biden siga pendiente del voto por correo y de una apretada pugna en los estados de Pensilvania, Arizona, Nevada y Georgia.

Puestos a hacer las cosas a lo grande, como le gusta a Trump, nadie gana a los estadounidenses, que lo mismo compran Alaska, que montan la Superbowl, los Playoffs de la NBA, que una superproducción de Hollywood, que el circo de tres pistas de las elecciones presidenciales.

Ha pasado más de un día desde que se cerraron los colegios electorales y puede que pasen varios más antes de que se conozcan los resultados definitivos, pero Trump dio por buenos los primeros escrutinios, que le daban cierta ventaja, y dijo a gritos que no merecía la pena seguir contando votos. Se proclamó vencedor a sí mismo desde la noche del miércoles, en realidad desde semanas atrás, como si esto fuese una de esas pantomimas de lucha libre en las que participó en otro tiempo y no un combate de boxeo que va a decidirse a los puntos. No es que no sepa perder: es que no sabe ni ganar, el tío.

En la nación más mecanizada del planeta, capaz de enviar una sonda más allá de Plutón, de insertar un microchip en el cerebro o de arrasar una aldea a dos mil kilómetros mediante un dron, todavía se usa la tecnología del dedo y la estampilla a la hora del recuento de votos.

Parece mentira el trabajo que les lleva contar cuatro papeletas. Si la gente normal pierde la paciencia, no digamos Trump, que es un bebé hipertrofiado con acceso al botón nuclear. 

Lo que está asegurado es el espectáculo: gane quien gane, y hoy por hoy, Estados Unidos es la república bananera más grande del planeta.