El anuncio realizado hace unos días por varias farmacéuticas ha despertado expectativas realistas de disponer de una vacuna contra el coronavirus en un breve plazo. Y en estas condiciones, urge afrontar una cuestión fundamental:
¿debería ser obligatoria?
A primera vista, es probable que mucha gente tienda a dar una respuesta negativa a la pregunta, aunque solo sea por desconocimiento. Al fin y al cabo, nuestro país no ha implementado políticas de vacunación coercitiva desde hace demasiado tiempo para recordarlas.
Conviene, por tanto, explicar en qué consisten.
En la práctica, hay dos formas de obligatoriedad:
-la que impone sanciones a quienes no se vacunan y
-la que les impide la entrada a ciertos espacios que se desea asegurar, como los colegios, teatros, hostelería o medios de transporte.
Impensable en esta sociedad donde obligar a utilizar una aplicación en el móvil es prácticamente imposible.
Hay una tercera, la vacunación mediante la fuerza bruta, pero es un método tan injusto e impracticable que lo dejare de lado y me centraré en las dos primeras. aunque me posiciono claramente por la segunda.
Sin duda, seguir manoseando la palabra "libertad" de ponérsela o no, carece de sentido lógico. La actitud de un negacionista "salpica" al resto y eso no es permisible.
La creación de espacios seguros a los que solo pudieran entrar quienes estuvieran vacunados, los que hubiesen pasado la enfermedad recientemente, o quienes se hubiesen sometido a las pruebas diagnósticas pertinentes parece razonable.