Dos cosas han impactado esta semana en esa desagradable bronca del Congreso que ha montado nuestra bicéfala derecha, vociferante y grosera.
La primera es que sabíamos que se aprobaba una ley que ha nacido medio muerta, porque nunca, nunca, la aceptarán los ideólogos reaccionarios y sus obispos, ni quienes se lucran con grandes dineros en la enseñanza privada. Jamás dejará esa España devota de Frascuelo y de María que haya ciudadanos libres.
Por eso era repugnante y bochornoso ver a las huestes del pimpollo Casado y el caudillo Abascal pedir libertad a gritos, con la cara desencajada. ¿Ellos, los que siempre la han perseguido, exigen libertad? Será para sus misas y sus dineros. Eso sí: por ahora, ajo y agua.